martes, 3 de junio de 2008

La Cruz de Oro (1ª Parte)


LA CRUZ DE ORO (1ª Parte)


- Pero ¿Qué has hecho?- le gritaba su mujer.

- Tranquila, no lo descubrirán, está en lugar seguro.

- ¿Lugar seguro? Ningún lugar es seguro para tu acto, no tienes perdón, será el fin de esta familia- decía entre sollozos.

- Quizás tengas razón pero ya no puedo deshacer el delito que he cometido, vayámonos a dormir y mañana pensaré que hacer con ella.


No podía conciliar el sueño, la noche se hacía eterna, las horas transcurrían lentamente, pesadas, cada vez que cerraba los ojos las imágenes volvían una y otra vez a su mente, su esposa tenía razón, siempre había sido una persona lógica, portadora de buenos consejos, nunca se habían desviado del buen camino pero esta vez era distinto, no tuvo más remedio que hacerlo a pesar de lo que ella pensara, sabia que ahora mismo incluso dormida lo estaba juzgando y seguro que por su cabeza pasaría la idea de que nada lo justificaba pero y ¿qué podía haber hecho sino para solucionarlo?, con estos pensamientos se quedó adormilado.


-
Mi Señor no puede hacerme esto ahora, ¿qué va a ser de nosotros?, ¿cómo sacaré adelante a mis hijos?.

- Lo siento Juan, pero no me queda otra alternativa, el campo ya no produce como antes, bien lo sabes tu, apenas tengo para poder sacar esta hacienda adelante y ni siquiera yo que no cuento con familia puedo mantenerme a duras penas a mi mismo, no me puedo permitir el lujo de tener sirvientes o peones de campo, te daré estos reales como compensación a tu trabajo de todos estos años, son pocos pero al menos tendrás unos días para poder comer o intentar buscar otro trabajo.

- A mis años ya nadie me querrá, en fin, gracias de todas formas Señor, aunque me apena perder mi puesto a su servicio por lo que me explica no me queda otra posibilidad. Que tenga suerte Patrón.

- Suerte Juan. Hasta siempre.


Iba caminando cabizbajo, dándole vueltas a como le explicaría la nueva situación a su esposa, tenían dos hijos pequeños todavía por lo que su mujer no podía reincorporarse al mundo laboral, si al menos tuvieran el sueldo de ella, ¡que bien vivían entonces!. Ensimismado en esas ideas pasó delante de la Joyería “El Balcón de Oro”, como todos los días, ya casi algo rutinario, se quedó mirando aquella Cruz, en numerosas ocasiones había soñado que un día entraba y la compraba para ella, el respeto con el que le trataba el Joyero en su imaginación era como si él se hubiera convertido en un Señor como su antiguo Patrón y de repente un impulso le embargó, una fuerza le empujaba, algo maligno se instaló en su cuerpo y en unos minutos se vio corriendo con algo entre las manos.


-
¡Al ladrón, al ladrón!, que alguien lo pare, me ha robado, ¡al ladrón, al ladrón!.


Como alma que lleva el Diablo corrió con todas sus fuerzas hasta llegar a un lugar donde nunca había estado, ni siquiera sabia como había llegado allí, sólo se había dejado llevar. ¿Pero que has hecho desgraciado? se repetía una y otra vez mirando la Cruz, una Cruz de unos 10 cm. de altura recubierta de oro con una cadena fina y elegante para colgarla al cuello, ¡que preciosidad!, ¿y ahora que hago contigo?, no puedo volver allí me detendrían y sería peor, tengo que esconderte hasta pensar que hacer. Levantó la vista y vio una pequeña Ermita, entró en ella, por fortuna no había nadie, se dirigió al altar en donde había un Santo con una pieza de labranza en la mano y un manto rojo cayéndole hasta los pies, parecía un hombre de campo como él, te guardaré aquí debajo y mañana vendré a recogerte cuando los ánimos se calmen un poco, espero que nadie te encuentre.


- Pero ¿Qué has hecho?- le gritaba su mujer.

- Tranquila, no lo descubrirán, está en lugar seguro.

Autor: Raquel Sánchez.
Relatos Jamás Contados

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